Cuando traigo a mi mente la palabra cooperativa indago en el tiempo más remoto de mi vida en el que oí hablar de una cooperativa. Fue hace un chingo. Era niño. Era el recreo. Había que atravesar el patio del colegio que en aquél tiempo era grande, luego se hizo chico, con el tiempo que pasó. Y había que llegar rápido para poder llegar a un buen lugar en la barra desde donde pedíamos el jugo, los dulces y golosinas. Los alumnos, escuincles, competíamos por obtener un buen sitio ahí, pues si no lo lograbas tendrías que pagar el precio esperando a que te atendieran sabe cuándo. A los más chicos nos ayudaba a hacernos más altos, pues solíamos impulsarnos de puntillas para que nos viera el tendero. Unos cazares, un bocati, unas papas, lo que fuera... te los ibas saboreando deseando ser atendido. Eso era ir a la cooperativa, una competencia.
Hoy, cooperativa y competencia adquieren connotaciones distintas. No menos paradógicas. La cooperación es buena, y la forma más genuina es simplemente cooperar sin ponerle la etiqueta, la menos natural es hablando demasiado de cooperativismo, aunque hay que hablar.La competencia es sana en tanto estimule la capacidad de ser mejores, y en tanto no se atente contra los derechos comúnes y se construya sobre la base de ir juntos por el camino.
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Hace 8 años
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